El coche de San Fernando
“Yo iré en el coche de San Fernando, un ratito a pie y otro andando”, pensaba esta
mañana yendo al dentista, y de momento he saltado un mes entero y me he colocado en el 30 de mayo, festividad de San Fernando y santo de mi tío Fernando, que en gloria está, según creo. Valga la redacción de estas líneas, ofrecida al Señor, como pequeña oración por su alma, porque la verdad es que muchas veces metemos a la gente en el cielo, a prisa y corriendo solo para desligarnos de la obligación de rezar por ellos.
Mi tío Fernando era el doceavo hijo de mis abuelos Matías y Pilar. “Don Matías, con este niño ha puesto usted en su matrimonio, el broche de oro” le dijo a mi abuelo un amigo al encontrar al venerable anciano de la mano de su Benjamín paseando por el Parque de Borja. Entonces el número de hijos se admiraba y a nadie se le ocurría decir que una mujer era una coneja por el elevado número de vástagos.
Fernandico era un niño bueno y además astuto, que una cosa no está reñida con la otra.
Piénsese en el “sed sencillos como palomas y astutos como serpientes”. Observando que sus hermanos se iban quedando sin Reyes a medida que se iban enterando de que los Reyes eran los padres, decidió no enterarse nunca de tal noticia, hasta que mi abuela ya harta dijo un día en su presencia, fingiendo no verlo: “Esta tarde tengo que salir a comprarle los Reyes a Fernando” y luego volviéndose a él: “Ay Fernandino, no sabía que estabas ahí. Ya te has enterado: ¡te quedas sin Reyes¡”. Mi abuela Pilar,era mucha abuela.
De mi tío Fernando me contó su mujer que quiso que lo enterraran con el crucifijo que estuvo siempre en el dormitorio de sus padres, encima de la cama de matrimonio. Se lo metieron dentro de la caja. Cuando me enteré de ello, recordé el episodio de Borja y vi hasta que punto el amigo del abuelo Matías estuvo inspirado en el encuentro con éste.