30 marzo, 2005

Dejar rastro

Con pasmo abro este diario que no se si alguien leerá. Son tantas las cosas que con él quisiera compartir que es difícil elegir entre ellas. Pero hay que hacerlo, así pues empecemos. Lo haré de la mano de Juan Pablo II, es un buen apoyo, “Una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada, no plenamente vivida”. Quizá sea acertado el comienzo porque lo que quiero hacer desde aquí ese eso: dejar constancia de que la fe impregna nuestra cultura. Con que luz nos acompaña en la vida el recuerdo de catedrales, claustros conventuales, ermitas, museos, y … los libros, los buenos libros que nos pasamos unos a otros como joyas y que como joyas conservamos. Sentimos su ausencia de nuestra biblioteca, cuando prestamos alguno, y somos remisos a devolverlo cuando su lectura ha calado en nosotros. Es como arrancarse parte de uno mismo. Los libros, como ha dicho Trapiello, no se deben prestar.
Durante muchos años consideré “La Historia de Jesucristo” de R. L. Bruckberger el mejor libro de mi biblioteca. El paso del tiempo, creo que lo ha dejado en su sitio, pero ahí está la impronta que dejó y ahí siguen los subrayados largos y frecuentes. Es un libro apasionado y apasionante que ahora solo encontraríamos en las bibliotecas (la de Rubielos de Mora, Teruel y la del Hospital, en Valencia) o en algún “rastro”. De él dice J. Maritain: “Querido Bruck, es un hermoso y gran libro, un libro de fe y de amor, y de valentía, en el que se ha comprometido entero, con esa violencia que arrebata el reino de los cielos.. Y más preciosa aún que esa violencia es la ternura sin límites hacia el Bendito que se hizo maldición por nosotros.” Abundan en el libro de Bruckberger las citas literarias, los testimonios históricos… Es un libro inmerso en cultura bíblica y profana. Lo escribió, según confiesa, pensando constantemente en la juventud del mundo. El libro fue fechado en New York el 14 de noviembre de 1964. Yo tenía entonces 24 años.