09 abril, 2009

En la mañana del Jueves Santo

“ Dos velas estaban encendidas en el altar desnudo. Un sencillo crucifijo de madera se encontraba sobre el tabernáculo. Una cortina cubría el santuario. La blanca sabanilla en ambos extremos, casi tocaba el suelo. El sacerdote subía al altar con una casulla , acompañada de un diácono con alba y estola. Y eso era todo.
A intervalos, durante la misa, un monje se destacaba del coro e iba lenta y serenamente a asistir en el altar, con reverencias graves y solemnes, marchando con sus largas mangas flotantes inclinándose casi tan bajo como sus tobillos.
La elocuencia de esta liturgia era aún más tremenda; y lo que decía era una verdad simple,lógica, formidable: esta iglesia, ( Monasterio cisterciense de Nuestra Señora de Getsemani, Kentucky),la corte de la Reina del CieloI), es la verdadera capital del país en que vivimos. Es el centro de toda la vitalidad que es Norteamérica. Esta es la causa de porque la nación se mantiene unida. Estos hombres, ocultos en el anonimato de su coro y sus blancas cogullas, están haciendo por su tierra lo que ningún ejército, ningún progreso, ningún presidente podría hacer como tal: ganan para ella la gracia, protección y amistad de Dios.”

( Parte de la descripción que hace Thomas Merton de los días que pasó en la Abadía de Getsemani, en la que acabaría ingresando, haciendo unos ejercicios espirituales como seglar en la cuaresma de 1941)