22 noviembre, 2017

Para mirar al cielo

Nuestros hermosos ojos, siempre lo son, no los hizo Dios para mirar el móvil, sí o sí, apenas tenemos cinco minutos libres. De ser así, no se habría esmerado tanto ni en la espléndida realidad física de éstos, ni en la belleza del mundo que nos rodea. Nuestros ojos son para mirar al cielo, disfrutar las nubes - quizá podamos ver a Heidi en una de ellas – mirarnos los unos a los otros….Hace poco, en el autobús una madre joven con niña de año y medio en cochecito, tenía éste orientado de modo que la niña estaba de espaldas a ésta. La madre estaba embebida con el móvil y la niña con cara enfurruñada y con razón. ¿Qué hacía esa madre que cambiaba la carita y la sonrisa de su niña por un aparato electrónico? Me dio pena la niña y puesto que yo estaba frente a ella, empecé a hacerle fiestas. Inútil. La niña lo que quería ese un diálogo con su madre, hablado o no. Me armé de valor y se lo dije a su madre con cariño: “los hijos crecen pronto…”. Me lo agradeció con una sonrisa. Al bajar del autobús volví la cabeza, madre e hija frente a frente estaban felices.

07 noviembre, 2017

De "El Baile tras la tormenta"

Me ha conmovido la lectura del testimonio de Alexander Havard – historia interesante, culta, emotiva y geográficamente rica.. – perteneciente a “El baile tras la tormenta” de José Miguel Cejas. Libro que merece leerse y releerse. A ella pertenece lo que a continuación sigue: Un día le pedí a mi abuela Nina que me leyera algo en ruso. Sonrío y comenzó a leerme unos párrafos de El estudiante de Chejov, que aún resuenan en mis oídos. …Es una tarde de Viernes Santo. Anochece y hace frío. Un joven estudiante se detiene, al regresar de clase, junto a dos campesinas que han encendido una hoguera en medio del campo para calentarse. Hablan de lo que sucedió el día en que Jesús fue llevado a declarar ante el Sumo Sacerdote… Chejov describía con gran intensidad el paisaje, el olor de la primavera(…) era un relato sin acción sin suspense, con toda la belleza y la verdad del mundo. Mientras mi abuela leía, intuí la emoción que le suscitaba ese relato escrito en su lengua natal. Y decidí aprender ruso. “¡Ella me enseñará¡”, pensé. Y así lo hizo. La lengua rusa liberó mi espíritu y logró que me interesara por la lectura. Comencé a devorar las obras que me apasionaban, tan distintas de las que nos obligaban a leer en el colegio. Me conmovía el la moral y el alma cristiana de los autores rusos. Se dirigían al corazón(…)era un mudo nuevo, en el cual el ser no constituía “una mera invención del pensamiento” “El baile tras la tormenta”, recoge con elegancia y amenidad testimonios de gente interesante de Estonia Letonia y Lituania que habiendo padecido en sus carnes la represión comunista y la nazi, han encontrado a Dios en sus vidas.