21 abril, 2017

De Cervantes y lo que escribió

Tres veces intentó Miguel de Cervantes escaparse de la cautividad mora. Nos cuenta: “Jamás me desengañó allí la esperanza de tener libertad; y cuando en lo que fabricaba, pensaba y ponía por obra, no correspondía el suceso a la intención, entonces, sin abandonarme, fingía y buscaba otra esperanza que me sustentase, aunque fuese débil y flaca”. Y en esta línea, escribe: “ Si los resultados no responden a la intención, Dios está en el cielo que juzga los corazones”. Fracasada la tercera negativa de evasión y puesta precio a su cabeza para quien lo esconda. Miguel de Cervantes decide entregarse: “Resolví entregarme por respeto y que no viniese mal a un cristiano que me tenía escondido y temiendo también que si yo no apareciese, el Rey – Assán, famoso por su crueldad – buscaría a otro a quien atormentar”. Incomprensiblemente salió ileso por su prestigio personal ante él . Muchos años después hablando de su época de cautiverio cuenta: “Solo libró bien con él un soldado español llamado tal de Saavedra, al cual con haber hecho muchas cosas, que quedan en la memoria de aquellas gentes por muchos años y todas por alcanzar la libertad, jamás le dio palo, ni se lo mandó dar, ni le dijo mala palabra; y por la menor cosa de las muchas que hizo, temíamos todos había de ser empalado, y así lo temió él más de una vez”. Al fin lo rescatan los Trinitarios – pedían por él mil escudos - y una mañana de primeros de noviembre de 1580, después de desembarcar en Denia e ir andando, como en romería, entra en Valencia con sus compañeros - 130 de 25.000 cautivos - hacia la catedral con la cabeza descubierta llevando sobre su pecho el escapulario de .la Trinidad y la chilaba azul de la esclavitud. “ Valencia es clara, blanca y feliz, su clima benigno, puro el cielo, el aire blando y todo respira en sus calles gracia y libertad” . Así entró en España, quien diez años antes había salido de ella, soñando regresar ceñidas las sienes con los laureles del triunfo. Después..le esperaba el Quijote.

07 abril, 2017

Semana Santa

El Jueves Santo de 1671, Madame de Sévigné, una de las mejores prosistas francesas, escribe a su hija Fançoise Marguerite: “…quiero asistir a la Pasión del padre Bourdaloue o del padre Mascaron; siempre me han gustado las pasiones hermosas”. La abundante correspondencia entre ambas ha hecho célebre a la primera, pese a que ni pretendió nunca ser escritora y le aterraba la posibilidad de verse en letra impresa. El Viernes Santo escribe: “Escuché la Pasión de Mascaron que en verdad fue muy hermosa y conmovedora. Me habría gustado ir a la de Bardaloue, pero la imposibilidad me ha quitado las ganas. Los lacayos estaban guardando sitio desde el miércoles, y el agobio era insoportable. Sabía que iba a volver a pronunciar la que Monsieur de Grignan y yo escuchamos el año pasado en los Jesuitas; y era bellísima y la recuerdo como un sueño” En los 50, el día de Viernes Santo, a las 12, mis padres mi hermana y yo oíamos por “Radio Nacional” la predicación de “Las Siete Palabras” a cargo de un predicador “de campanillas” jesuita o dominico, según los años. Luego los cuatro rezábamos de rodillas treinta y tres credos en recuerdo de los 33 años de la vida del Señor. Al rezo se añadía tímidamente Francisca, “la muchacha”, sin que nadie la invitara a hacerlo, era bienvenida.