24 diciembre, 2013

¡Confiéses¡

La anécdota es antigua, pero no por eso deja de ser interesante. Y desde luego oportuna, porque “esta noche es Nochebuena y mañana Navidad, dame la bota Máría que me voy a emborrachar”, que cantaba mi madre, que en el cielo está. También decía mi madre: “¡ Cuánto te has de acordar de mí¡” y desde luego me acuerdo.Y decía que la anécdota es oportuna porque como me dijo D. Daniel, sacerdote siempre metido en su confesonario, “¡Navidad no es comer y beber. Navidad es que Dios nazca en el alma¡ ” Frase ésta de clarto parentesco con otra que “inventé” yo hace años: “Navidad sin confesión no es Navidad”. Bueno pues, dicho esto como dicen cada dos por tres en los aburridos debates de la tele en los que su fuera poco triste que nos subieran la luz en enero tienen que recordarnoslo noche tras noche, diré que en una audiencia masiva con Juan Pablo II una señora - ¡ como la comprendo¡ - con su marido al lado, consiguió situarse en el pasillo por donde tenía que pasar el Papa y aprovechó para decirle: “Santo Padre: dígale a mi marido que se confiese, que lleva muchos años sin hacerlo”. Juan Pablo II se paró y mirándole le dijo: “¡Confiésese¡, se está muy mal sin la amistad de Jesucristo”. Pues eso. Yo ahora me voy para allá a hacer lo propio. Aprovecho para felicitar la Navidad a quienes siguen “el rastro”, que quiere ser de luz. Especialmente a “Misael”, que se alegrará de que “haya vuelto”. No olvido al “Filósofo” y alguna vez he pensado si ambos no serán el mismo. En fin que cuando escribo tengo presente de algún modo, esas palabras de San Pablo: “Una nube de espectadores os contemplan”. Para que escribir si con ello no procuramos instruir, alentar, distraer, encaminar, acompañar…Dice el Papa Francisco en su Exhortación –que hay que leer y disfrutar- “La alegría del evangelio: “¡No nos dejemos arrebatar la alegria evangelizadora”. Pues que así sea.

05 diciembre, 2013

La conversión de Claudel

Paul Claudel, que nació en ambiente cristiano y perdió la fe, la recupera en las Navidades de 1886, en Notre-Dame, ante una imagen de la Virgen. Rezó ante Ella las más hermosas y sencillas palabras. Esperaba una respuesta y, por fin, escuchó de sus labios cerrados las palabras sin voz tanto tiempo buscadas. Así es como nos cuenta Paul Claudel su reconquista de la gracia: “Detrás de mí tenía el último rayo de sol y delante sobre el altar, la imagen ligeramente iluminada. ¿Por qué, de repente,mientras las cuentas pasaban entre los dedos y las avemarías entre los labios, me encontré extrañamente atento al brillo de la orla de su manto? El último rayo de sol subía por la túnica a pequeños saltos. Llegó hasta el pie desnudo del Niño, que Ella sostiene en su brazos; más tarde alcanzó su corazón –como queriendo cortar sus latidos -, y siguió subiendo mientras que yo, cuenta tras cuenta subía también con ella. Los dos juntos, el rayo de sol y el avemaría de mi rosario, han llegado hasta los labios que se callan para escuchar. Y ahora - tanto como lo permiten mis ojos cansados -, distingo su rostro, un rostro iluminado por el sol que hay detrás de mí y por mis palabras, sin cesar repetidas como un balbuceo dc follaje interpuesto”. Para vivir la religiónno es menester taparse los ojos, ponerse enfermo, mantenerse en un rincón y amputarse tres o cuatro facultades humanas. En realidad es una cosa tan amplia como la bóveda estrellada en donde se respira a pleno pulmón. Es el incrédulo el que no dispone de un mundo reducido. Este canto a la fe es del mismo poeta.” ( Tomado de “Siempre alegres”, de Jesús Urteaga, y copiado en honor de María Inmaculada, en la proximidad de su fiesta)