05 abril, 2009

Don Gil

No hace mucho que vi con mi hijo mayor en el Teatro Principal: “Don Gil de las calzas verdes”. Me gustó y me reí aunque no tanto como cuando la leí de un tirón en la cama, una noche en casa de mi madre. Esa lectura, gastando luz, con tiempo por delante, es uno de los recuerdos bonitos de mi mocedad.

Hace tres días tuve que ir al funeral por Concha a la Iglesia de Nuestra Señora del Remedio, iglesia en la que me casé el 26 de noviembre de 1964 a las 10,30 de la mañana. El funeral lo ofició Don Gil, el párroco, y la homilía fue preciosa. Eligió las Bienaventuranzas y añadió algunas de su cosecha: “bienaventurados quienes no dejan morir la sonrisa en sus labios” “bienaventurados quienes no dejan apagar el brillo en sus ojos…”. Uno de mis hijos, que hace muchos años que no practica, se emocionó oyéndola y entró en la sacristía a felicitar al cura. Lo que el no pensaría es que en esa iglesia empezó su historia. No solo la biológica con mi boda, sino la sobrenatural con su bautismo en ella a los dos días de nacer. Entonces solo había una imagen de la Virgen de yeso en la pared frontal. Ni un solo santo. Con los años colocaron una Virgen de los Desamparados en la capilla de la comunión. Ayer vi con alegría que han puesto un bonito cuadro de San José con el niño de la mano en una pared lateral.

Se leyó el salmo 26: “El Señor es mi Pastor, nada me falta…Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo porque Tu vas conmigo…”
Es un salmo que conozco porque su número es la fecha de mi boda. Han pasado muchos años. Aunque entonces salté de alegría vestida de novia a la entrada de la iglesia, ahora se que en la vida se pasa por cañadas oscuras pero que también “en verdes praderas me hace repostar y repara mis fuerzas…”. No se que salmo se leyó en mi boda. Sí que D. Benjamín, eligió para ella la lectura de la mujer fuerte. La iba a necesitar, aunque entonces no tuviera idea de ello.