¡Vete al Congo¡
Cuando me sentaba al ordenador para tratar de escribir algo, he recordado, y si se por qué, esas palabras de mi madre : “¡ Véte al Congo¡” cuando quería zanjar una discusión conmigo. Y digo que si se por qué, porque ayer en la confesión, el sacerdote, al final de ella y ponerme la penitencia me dijo: “Encomienda el viaje del Padre – el Padre del Opus Dei - al Congo. Estará allí hasta el cinco de agosto”. Seguro que en esa batidora que a cierta edad jubilosa – jubilado viene de júbilo - a veces es nuestra cabeza en los tiempos muertos, se han mezclado ambas cosas.
Por otro lado en mi misa de 10 de San Juan del Hospital, ayuda a ella todos los días un seminarista absolutamente negro. Emociona ver resaltar su cabeza contra el alba blanca impecable, sus manos juntas desde que sale de la sacristía, y su perfecto castellano cuando hace la lectura. Sí, África es la esperanza de Europa. Viéndolo me acordé de un par de angelitos de madera, uno negro y uno blanco que me regaló Adelaida cuando yo tendría diez años. Entonces cantaba Antonio Machín eso de “Pintor de santos de alcoba / si tienes alma el cuerpo / porque al pintar en tus cuadros te olvidaste de los negros… y terminaba con lo de: ¡píntame angelitos negros¡ El seminarista adulto, en grande, es totalmente como mi angelito negro.
Me voy quince días a Javea con mi hijo Quino, allí están dos de mis otros hijos. Preparar el equipaje y cerrar la casa, como decía mi madre:” me coge mucho monte”. Ofreceré a Dios ese trabajo por el fruto apostólico de la visita de D. Javier Echevarría al Congo.
Mi aversión a los equipajes viene de mis tiempos de niña. Mi madre se agobiaba bastante, y eso que ella no hacía las maletas. Las hacía mi padre. “ Tú, sácame todo lo que quieres que meta”, le decía. En aquellos tiempos felices teníamos cada uno: dos pares de zapatos, unas zapatillas, pocos trajes y una rebeca, porque en los pueblos de secano refresca por las noches. Luego nosotras, en un descuido de mi padre, camuflabámos novelas entre las prendas de ropa.