Santa Cristina, San Joaquín, Santa Ana…
“¡A tapar la calle, que no pase nadie / sólo mis abuelos, comiendo ciuruelos… lo que cántabamos de niñas, cogidas de la mano, lo canté el domingo pasado, festividad de Santa Cristina, de la mano de mi nieto Álvaro, de tres años, que se rió de la ocurrencia. Los niños aún muy pequeños, tienen sentido del humor y agradecen que hagamos payasadas. Fué uno de esos magníficos días de cielo azul intenso, salpicado de retazos de nubes muy blancas, tan frecuentes en el verano de Rubielos. Mi hijo Juan y su mujer, me llevaron de excursión y lo agradecí. Dos días después sería San Joaquín y Santana, fiesta de los abuelos. Fue un día bonito.
Fui al convento – de San Ignacio - que las Agustinas Ermitañas, tienen en Rubiuelos de Mora. Me acompañó Juan, y llevábamos a Álvaro y Lucía, ésta de cuatro meses. Me hacía ilusión que las monjas de clausura vieran a los niños. La madre Gema, la Superiora, una gallega pequeñita, por la que no pasa el tiempo - es más o menos de mi edad y está casí igual que cuando la conocí en 1978, salió al locutorio acompañada de Bernardette una monja de Kenia, negra como el tizón y de no despreciable estatura y volumen. Al acercar los niños a la reja, tras la que estaban las monjas, los dos lloraron amargamente y hubo que retirarlos. Con Bernardette son ya tres las mujeres de Kenia, monjas en las Agustinas. La Madre Gema hace las gestines, las trae de prueba y se quedan. El convento – que está hace más de trescientos años en Rubielos – pasó durante unos cuantos años por una mala racha: viejecitas, enfermas y pocas, si seguían así tendrían que cerrarlo. Rezaron. Luego hubo un pequeño goteo de vocaciones: Mary Ángeles, Mª Antonia, y Rocío y ahora esas además las tres de Kenia.
En “Cristina hija de Lavrans” de Sigrid Undset – Premio novel del 25 – la autora sitúa los hechos del relato acudiendo como yo al santoral. Empieza un capítulo diciendo: “la víspera de la fiesta de San Esteban..” o “de Santa Margarita..”.
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