Los abuelos
El veintiséis de julio, fiesta de San Joaquín y Santa Ana, es el día de los abuelos. Eso que uno se encuentra siendo, de buenas a primeras, sin haberlo pensado nunca, sin proponérselo. Porque las cosas importantes de la vida, uno no las decide, le vienen dadas como el sol, o como los veinte años. En estos tiempos de desarraigo, mi hijo mayor le está haciendo una web a su bisabuelo, un importante arquitecto del siglo XIX valenciano. Su retrato, un gran óleo que figura en mi casa, sin la debida prestancia por la poca altura del techo, está ahora colgado de la red. ¿Pudo D. Joaquín Arnau Miramón imaginar algo así? Tengo entendido que era hombre modesto, no amigo de exhibir su talento. Pero lo mismo hubiera sido, para el caso, que hubiera sido hinchado o fanfarrón. No podía preverlo, el resultado de la siembra que se hace de mozo es, imprevisible y creo que además también gratificante cuando esa siembra, que es de vida, se hace con todas las bendiciones. Un día de San Joaquín y Santa Ana, mi hija Marta me dijo en la misa de una de Santa Catalina: “ Mamá, reza porque tenga hijos”. Recé, aunque mucha prisa por ser abuela no tenía. A la salida de la Iglesia, frente a una Coca-cola, me entero de que ya había hecho los trámites para adoptar un par de niños. Si que es rápido el Señor en conceder peticiones, pensé. Ayer, en San Juan del Hospital, en la reconfortante misa de diez de la mañana, escuché en unas palabras de las lecturas que hacían referencia a que la memoria de nuestros antepasados que han vivido de acuerdo con la voluntad de Dios, no se olvidará, perdurará durante generaciones. Quería transcribirlas, por la belleza de la Escritura, pero no he sabido encontrarlas.