19 julio, 2006

Al quitar las banderas

He mandado esta carta al periódico "Las Provincias"en el que tengo siempre buena acogida:

Las banderas que pusimos para la venida del Papa, blancas y amarillas, colores de la luz, como margaritas que alegran campos y senderos, convirtieron Valencia en una fiesta. No nos hemos apresurado a quitarlas. Conservarlas un poco, era prolongar unos días más el eco de la venida del Papa, el pacífico regusto que su visita nos ha dejado. ¿No somos un poco más amables unos con otros desde entonces? La sonrisa continua del Papa ¿no nos ha convencido, sin palabras, de que querernos es el mayor de los logros? Ha habido muchos frutos de la venida del Papa. Ayer, me contaban que un hombre de 60 años había vuelto a vivir con su mujer después de cuatro durante los cuales había dicho, por activa y por pasiva, que nunca lo haría. Lo hizo un día antes de la venida del Papa. Y es que su visita ha sido precedida, vivida y seguida por mucha oración. Ahora nos queda leer despacio cuanto aquí nos ha dicho y también ese libro que recoge toda su a enseñanza sobre la familia y que venía, junto a la visera, el rosario , el abanico y la acreditación en mochila de peregrino. A él pertenecen estas palabras sobre la indisolubilidad matrimonial: “El “sí” del hombre implica trascender el momento presente: en su totalidad, el “sí” ignifica “siempre”, constituye el espacio de la fidelidad. Solo dentro de él puede crecer la fe que da un futuro y permite que los hijos, fruto del amor, crean en el hombre y en su futuro en tiempos difíciles”. Mucho hemos visto y mucho hemos vivido etos días.