Compromisos definitivos
Estoy releyendo y disfrutando – la nuestra es una generación privilegiada por los grandes Papas que hemos conocido – “Nadar a contracorriente” de Planeta Testimonio, que recoje algunas de las entrevistas realizadas a Ratzinger, antes y después de ser Papa. He aquí sus palabras en una entrevista realizada en Castelgandolfo y retransmitida el 16 de 2005 en Polonia . Preguntado por un mensaje especial para los jóvenes, que tan bién le acogieron en Colonia, dijo: “Quisiera decir, antes que nada que estoy muy contento de que haya jóvenes que quieran estar juntos, que quieran estar juntos en la fe, y que quieran hacer el bien. La disponibilidad al bién es muy fuerte en la juventud; basta pensar en las distintas formas dee voluntariado. El compromiso para dar una contribución personal ante las necesidades del mundo es algo grande. (…) Luego quizá podría recordar el valor de las decisiones definitivas. Los jóvenes son muy generosos, pero ante el riesgo de comprometerse para toda la vida, sea en el matrimonio, sea en el sacerdocio tienen miedo. El mundo está en continuo movimiento de manera dramática: ¿Puedo disponer ya desde ahora de mi vida entera con todos sus imprevisibles acontecimientos futuros? ¿Con una decisión definitiva, no renuncio yo mismo a mi libertad, privándome dee la posiblidad de cambiar?Conviene fomentar la valentía de tomar decisiones definitivas, que en realidad son la únicas que permiten crecer, caminar hacia delante y lograr algo importante en la vida, son las únicas que no destruyen nla libertad, sino que le indican la justa dirección en el espacio. Tener el valor de dar estew salto – por así decir- a algo definitivo y acoger plenamente la vida, es algo que me alegraría poder comunicar.” Estoy leyendo y también disfrutando “Por capricho de Dios” de Jean D´ Ormesson, que cuenta la historia de siu familia, una rancia familia francesa que arranca en las cruzadas. En ella, cuando Anne-Marie se enamora de un hombre casado, su padre su abuelo y sus tíos, que viven todos juntos en el castillo de Plessis –lez –Vaudreuil no daban crédito. “¡Que está casado¡, le decían, ¡Ca- sa –do¡ como si fuese sorda” Su larga estirpe no había aceptado nunca el divorcio, aunque no hubieran faltado en ella disolutos y disolutas. Me gustó encontrármelo.