04 octubre, 2014

El 27 de septiembre de 2014

El 27 de sepitiembre, sábado, festidad de San Vicente de Pául, beatificaron en Madrid a Don Álvaro del Portillo. Muchos que hubiéramos deseado estar allí, vimos y disfrutamos la ceremonia desde “La 13”. De mi gente, , fueron mi hija y mi nieta. Mucho se había rezado y reza, desde el mundo entero, por el fruto apostólico de este suceso. Porque una beatificación es algo grande que nos compete a todos: en la Iglesia hay un nuevo modelo de santidad al que “agarrarse”, para sacar adelante, con la ayuda de Dios, la propia. Hay una jaculatoria, que inventó el nuevo Beato, que ha hecho furor entre mis amigas para decirla con frecuencia. Es ésta “Señor, gracias, perdón y ayúdame más”. Se nota en ella que el Beato Álvaro era ingeniero, porque es una jaculatoria: completa, concisa y eficaz. Pudímos oír: “Don Álvaro era humilde, silencioso, tenía empatía e iba al núcleo de las cosas”. Transmitía, con sonrisa continua, a quienes le veían, serenidad. Recomendaba llevar una vida “Alegre, humilde, escondida y silenciosa”, una santidad “humilde, alegre y amable que contrareste, en el ambiente - ecología de la santidad - los miasmas de la soberbia”. Se ganaba a la gente porque “quien está muy metido en Dios sabe estar cerca de los demás” Sobre la virtud de la humildad, recordaba esta hermosa frase de Cervantes: “Sin humildad, no hay virtud que lo sea.”. La beatificación de Don Álvaro además de caer en sábado - día de la Virgen - era San Vicente de Paúl. Él, iba de universitario a las “Conferencias de San Vicente de Paúl”. A las que, cuando yo era niña, también iba mi madre los miércoles, en la parroquia de San Andrés en la calle de Colón.