Cuando no había televisión
Cuando no había televisión, allá por los años cincuenta, durante las veladas la familia apiñada alrededor de la mesa camilla, con brasero o sin él, oíamos la radio. “La Sociedad española de Radiodifusión”, decía el locutor con voz engolada y prometedora, PRESENTA - aquí subía algo más el tono - ¡ “El TEATRO DEL AIRE ” ¡. Y a partir de ese momento, la noche se había vuelto mágica. Benavente, los Quintero, Arniches, Muñoz Seca, Marquina, algunas veces Sakespheare y Oscar Wilde, nos enseñaban a hablar y a sentir, nos emocionaban, nos hacían reír o llorar y también nos ayudaban a ejercitar la memoria porque aquel diálogo o aquel verso había que aprenderlo, formaba ya parte de uno mismo. A aquellos tiempos, sin tecnología, se les ha venido llamando sistemáticamente tristes y grises…. A veces, antes de cenar toda la familia rezaba el rosario y los maridos no se iban de casa… Y desde luego no es verdad que no lo hacían porque no había divorcio y porque muchos tenían su nidito fuera.
Recuerdo también que hubo un tiempo en que mi padre nos leía en voz alta “La familia que alcanzó a Cristo”. Era la vida novelada de San Bernardo de Claraval escrita por un monje cisterciense, el Padre Raymond. Libro nunca figuró en nuestra biblioteca pero siempre recordé el título y el hecho de que toda la familia compartiéramos su lectura. Pues bien, hace tres días encontré un ejemplar de él en la Biblioteca de “María Lázaro”. Agradecí mucho el encuentro y estoy deseando volverlo a leer. Hay dos libros más que desaría encontrarme: “Modelos de santidad” que mis padres pusieron en nuestras manos cuando éramos muy niñas y “Héroes” que nos dieron las monjas apenas ya dominada la lectura.