"En un jardín de Milán"
Éste es el título de un capítulo que sobre San Agustín escribe Juan Arnau en su libro “Filosofía portátil”, y cuando lo leí,me dije que en copiaría algo de él, el día de la fiesta del santo (28 de agosto) “En carta a Romaniano cuenta Agustín que “repentinamente aparecieron estos libros sustanciales (…) que provocaron una increíble llamarada, ante la que palidecían los relumbrones de la fama”.Y recordando su época entre los maniqueos escribe: “entonces mi alma estaba viciada.No sabía que si quería participar en la verdad debía ser iluminado por otra luz, pues la mente no es la esencia de la verdad “. Por aquel entonces tenía mi espalda vuelta a la luz y mi cara hacia las cosas iluminadas por ella, por eso mi cara permenecía en sombra.” El rostro del hombre (su alma) empieza a interesarla más que el paisaje (las cosas) (…) Es el verano del 386 y el episodio íntimo será uno de los mejores documentados de la Antigüedad. A finales de agosto, estando con Alipio, recibe una visita de un compatriota africano, un hombre piadoso que encuentra sobre la mesa de Agustín los textos de Pablo de Tarso. La presencia de los libros anima al forastero a contar la historia de Antón Abad, monje cristiano y fundador del movimiento eremítico que ha establecido en Egipto diversas comunidades. Mientras escucha el relato, Agustín se contempla así mismo y se horroriza con lo que ve. Han pasado muchos años del descubrimiento del “Hortensio” y todavía sigue “sin juicio y sin cordura, falto de corazón, revolcado en el cieno de la carne y de la sangre”. Se aparta de la compañía de Alipio y se retira a un pequeño huerto contiguo a la vivienda. Allí se inicia un arduo combate. El lance parece un trance: “ Me arranqué los cabellos, me herí la frente (…) me apretaba las rodillas”. Se le aparecen las bagatelas y vanidades de sus viejas amigas, que tiran de las vestiduras de su carne susurrándole al oído: “¡de veras vas a dejarnos?” La contienda atraviesa su corazón y a la tempestad sigue una copiosa lluvia de lágrimas. Finalmente se arroja bajo una higuera y grita con voz lastimera: “¿Hasta cuando ha de durar el que diga yo “mañana, mañana”?”. En ese instante oye en una casa vecina la voz de un niño que dice repetidamente: “Toma y lee”. Se dirige a su mewsa y abre al azar las épístolas de Pablo: “Revestíos de vuestro Señor Jesucristo y no empleéis vuestro cuidado en satisface las necesidades del cuerpo. “ La conversión se ha consumado.” Creo que ha valido la pena tomarme este curro.