Santa Mónica
“Santa Mónica la viuda, madre de San Agustín..” así empezaba una oración disparatada que me enseñó mi abuela Alcañiz, un mes de agosto, cuando era niña, y me alegra recordarlo. Y tal como ha salido esta entrada, no puedo menos de insertar en ella un versito que quizá regocije: “El cura de Alcañiz, a las narices llamaba la nariz / y el cura de Alcañices, a la nariz llamaba las narices. Y vivían felices, el cura de Alcañiz, y de Alcañices”. Madre del Amor Hermoso qué buenos recuerdos de la casa de Alcañiz de mis abuelos, fundidos con los que a su vez tenía mi madrecundo jugaba en con otras niñas en el castillo de la Concordia, saltaba insensatamente cantando: “la Virgen se tiró y no se mató, yo me tiraré y no me mataré”, la posibilidad de romperse una pierna no la contemplaba. Pero centrémonos: hablaré de San Agustín, el día de Santa Mónica. Las madres debemos ceder protagonismo a los hijos. Elijo ésta frase de San Agustín: “Guarda el orden, y el orden te guardará a ti”, aconsejo archivarla en memoria. Y respecto al orden siempre oigo con un asentimiento alegre esta oración de la misa: “Señor: ordena en tu paz nuestros días, librános de la condenación eterna y cuentános entre el número de tus escogidos”. Oración breve, humilde y eficaz; en ella está dicho cuánto un hombre puede desear. Y al oírla viene a veces a mi cabeza esa frase de mi madre dicha con convencimiento, refiriéndose a su familia: “nosotros hemos sido siempre gente de orden”. Aunque no creo que ese orden fuera el mismo del que trato aquí. Ha salido mi madre hablando de Santa Mónica, aunque ella no tuvo varones a su cargo a quienes convertir a base de lágrimas y oraciones. “No se puede perder hijo de tantas lágrimas”, le dijo un día San Ambrosio, Arzobispo de Milán, que el pobre debería estar harto de que Mónica le fuera siempre con el mismo disco. Que ella, a la que tan bién le fueron las cosas con su hijo Agustín nos eche una manita a las que si los tenemos.
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