Este año he comprado para mi flamante cuarto de estar, una hermosa corona de adviento con sus cuatro velas para ir encendiéndolas sucesivamente, según transcurren las cuatro semanas. Estoy orgullosa de mi amplio y cuadrado cuarto de estar en el que se combinan muebles heredados, con estilo y sabor como el gran espejo de marco dorado y la librería del tío Paco de hermosas proporciones, en las que los tomos del Año cristiano, bellamente encuadernados hacen de telón de fondo a una talla de madera de la Virgen con el Niño Jesús sobre las rodillas con un libro en la mano, con el sillón de orejas frente a la tele y la amplia mesa cuadrada de cuidado diseño, a la altura de un sofá gris moderno a tope, bajo la araña de cristal de Bohemia. Lo nuevo y lo viejo juntos y armónicamente enlazados. Mi cuarto de estar si no es una alianza de civilizaciones es una alianza de generaciones. Donde comieron los bisabuelos de mis nietos, seguimos comiendo nosotros y hacen ellos los deberes cuando vienen a pasar la tarde conmigo. Mi cuarto de estar es bonito porque he querido que lo sea, porque está lleno de vida y porque se ha rezado mucho en él. No tengo nada contra los muebles de Ikea, salvo que rompen el pasado familiar del entorno y esto no es baladí en modo alguno. La corona de adviento irá bajo la araña, y en el arcón debajo del espejo pondré un año más gracias a Dios, el belén Superando la pereza, espero, de me armar el zafarrancho que se organiza para ello. No en balde se dice eso de “¡ se armó un belén..” Y tras este deshago familiar, que seguro que no caerá en saco roto, ahí va este “Villancico de las ofrendas” de Federico Muelas: “ – Mi aceite…/ - Mi queso… / - Yo rubio panal…/ -Yo harina. / Yo vino. - / Yo mi recental.
El pastor más pobre / se puso a cantar…/ ¡La mano del Niño / llevaba el compás" .