¡Europa¡ ¡Europa¡
Entre los pueblos del pequeño “cabo asiático” donde han
nacido todas las civilizaciones modernas, existe un lazo profundo, tan profundo
que es imperceptible: la religión que les ha bautizado. El cristianismo es la
lengua materna de los europeos y la lengua de los derechos del hombre, un
dialecto derivado de ella. Los derechos del hombre no proceden de la
naturaleza, donde las especies acostumbran a devorarse entre sí; tampoco
proceden de la política, que a penas respeta más que aquello en lo que cree; ni
proceden del hombre mismo. Proceden de Dios, como sabían muy bien los
revolucionarios de 1789 hasta el punto de que el preámbulo de su famosa
“Declaración” invoca “la presencia y protección del Ser Supremo”. Siempre se
olvida ese primer párrafo y eslo mismo que hablar de pintura olvidando la luz.
( “El mundo de Juan Pablo II” de André Frossard 1991)