Después del domingo de Resurrección

Pasé un buen domingo de Resurrección, con hijos y nietos, lo que agradezco. Mi amiga Mary Ángeles lo pasó también - lo que celebro - jugando al parchís en un ambiente familiar. Mary Ángeles es soltera: “El Señor no ha querido compartirme con nadie”, me dijo ayer mientras caminábamos. Me alegré de oírlo: es una gracia saberlo. Mi amiga Maite, también soltera, me confió hace años: “de jovencita le dije al Señor: “ no permitas que quiera a nadie, más que a Tí”. Conviene puntualizar que el hecho de que no haya competidor masculino, no es garantía de cariño al Señor, ya que tenemos muy cerca un competidor de primer orden: el amor a nosotras mismas.

Mi Domingo de Resurrección, empezó luchando contra una tristeza, agazapada, que esperaba hacerse con la plaza. Me decía a mi misma: “He vivido bien la Semana Santa, fichando en Oficios, Visitas y Via crucis – gracias a Dios siempre con una amiga u otra - y hoy Domingo de Resurrección debería estar contenta y ¿qué me espera? de momento, la soledad”. La vida es lucha: contra uno mismo, pero si se combate y se reza la batalla está ganada y con ello, la alegría.

Le dejé a la Virgen que planeara mi día, y empuñé esa arma que siempre tenemos a mano: el trabajo. Dejé una cocina deslumbrante. Me rehice y ví claro que aunque la noche anterior había ido a la vigilia, debía irme a las 12,30 al “Encuentro”: la Custodia, llevada solemnemente bajo palio, se encuentra con una imagen de la Virgen - bellamente vestida de blanco, llevada en andas por mujeres marcando el paso – ante una pequeña alfombra de flores, que luego pisará el paso de la Custodia, y bajo una lluvia de pétalos, mientras se cantaba el “Regina Caeli..”, en el precioso atrio de la Iglesia de San Juan del Hospital. Precioso. Me he prometido a mi misma que, Dios mediante, al año que viene no iré sola.