Sandalias en los pies
“Descálzate Moisés, porque el lugar que pisas es sagrado”. Creo que deben “tocarnos” esas palabras que oyó Moisés desde la zarza ardiente en el Sinaí, porque si el hombre pierde el sentido de lo sagrado, en una buena medida deja de ser hombre, se animaliza. Y digo esto porque existe un protocolo para estar en la iglesia que debe ser respetado. Ese protocolo empieza por conocimiento del lugar en que estamos: la casa donde Dios habita, y de la liturgia: el culto que tributamos a Dios, a la que se va a asistir. Hay quienes, en bautismos y bodas confunden la Iglesia con un mercado, por el alboroto, o con una playa por la exibición. Hay novias que confunden la alfombra roja de la Iglesia que lleva al altar, con la alfombra roja que lleva a recoger un Oscar. Sin duda es culpa nuestra porque no se lo hemos explicado convenientemente. No ha mucho vi entrar en la Iglesia a una novia cuyo traje blanco, contradecía, por su desnudez de manera flagrante lo que el color blanco de las novias significa. En esto, hay que reconocer que emparentar con la realeza, proporciona clase: tanto Kate Middelton, como Leticia Ortiz en sus respectivas bodas, sabían perfectamente donde estaban: llevaban unos vestidos castos. Y logicamente por ello eran unas novias preciosas. La elegancia tiene mucho que ver con la castidad. Cuando asistimos a la iglesia, conviene no olvidar que en ella, el único protagonista es Dios – escondido en el sagrario - por eso, si podemos, hacemos al pasar delante de él la genuflexión: doblar la rodilla hasta el suelo. “Nunca es el hoimbre más grande que cuandio está de rodillas” decía Oscar Wilde en la cárcel de Reading. En fin podríamos seguir hablando pero basta lo dicho.
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