21 mayo, 2011

Cosas bonitas

Ayer en la homilía D. José nos contó una anécdota del Papa Benedicto XVI. Después de encarecer su santidad, gran altura como teólogo y excepcional cultura literaria y filosófica, nos contó que preguntado sobre si había alguna cosa a la que él se sintiera apegado, contestó con timidez, como pidiendo disculpa, que sí, que estaba en amorado de su biblioteca. D. José para nada encontraba que esto fuera una debilidad en el Papa. Creo que esta anécdota nos acerca al Papa. Hemos visto, con nuestros propios ojos, la humildad, la cercanía y la terenura de este hombre sabio.

Ya voy por la página 584 de las 829 que tiene “La columna de hierro” sobre la vida de Cicerón. Cada vez que lo nombro me acuerdo del “¿Quosque tandem Catilina abutere patientia nostram?” que me retrotrae alegremente, a Cuarto de Bachillerato y a la genial Madre Digna que nos explicaba el Latín. Ahora ya conozco al tal Catilina, que era un bicho, con perdón. Cicerón, hombre de alma noble y piadosa, Abogado ilustre amado por Roma por su honradez y amor a las leyes, casó con treinta y tantos, con Terencia : veintiun años, adinerada, virtuosa, virgen y poco agradaciada. De ella tuvo a su hija Tulia a la que él adoraba. La autora de la novela, hablando de la preocupación de Marco Tulio Cicerón por la niña, acaba así el capítulo 42: “ Los niños gracias a Dios no saben nada de política ni del género humano. Y lo mismo que su padre había temido por el él, el temía por el futuro de Tulia, y al igual que su padre había rezado, él rezaba. Las generaciones se ligaban unas a otras por la oración, aunque niunguna de ellas lo supiera.”

1 Comentarios:

At 22 mayo, 2011 08:19, Blogger filósofo escribió...

Rosa,

Muy bonita la anécdota de Su Santidad Benedicto XVI.

Saludos

 

Publicar un comentario

<< Home