15 marzo, 2011

Tiberio

Anoche, estando en situación de libro vacante - situación a la que pronto se le debe poner remedio - se me ocurrió coger el “Tiberio” de Marañón – que fué Premio Nobel de Medicina y autor de amenas y documentadas biografías – uno de los muchos libros que me leía mi marido en las tardes veraniegas, cuando ambos éramos jóvenes. Al poco lo dejé. Me acordaba según lo leía: el emperador Tiberio era un resentido – y no le faltaban motivos para ello - tal y como nos lo presenta Marañón - y no es grata la historia de un resentido cuando ya se ha vivido mucho. Y por otro lado, es ya mucha dedicación al personaje, porque leí y me gustó – lo mismo que el “Tiberio” de Marañón cuando lo leímos – el “Claudio “ de Robert Graves, que me llevó a que el emperador Augusto, su esposa Livia – madre de Tiberio -, Julia, - hija de Augusto -, Germánico, Claudio. Mesalina, y mucha más gente tuvieran para mí existencia propia. Recomiendo la obra de Graves que además de amena, nos hace ver, bien a las claras la como era la Roma pagana cuando el cristianismo empezaba a alborear.

Por cierto, que me contó mi hijo Juan que estando sentados en Menorca un grupo de jóvenes en un cementerio, la conversación les llevó a dicho autor, y en ese momento se dieron cuenta que estaban sentados cerca de su tumba.

Dice Marañón en el capítulo tercero de su libro:

“Tiberio nació en Roma el año 42 a.J.C. – Murió, cumplidos los setenta y ocho años, el 36 d.J.C – Está por lo tanto, su existencia dividida en dos por el hecho más memorable de la historia humana: el espacio que media entre el nacimiento y la muerte de Cristo.”

Me ha alegrado ver que nuestro Premio Nobel – aquel “que nos prohibió engordar”, como se cantaba cuando yo era joven – tenía lo fundamental tan claro. ¡Cómo necesitamos hoy intelectuales de ese fuste¡