En la parada del autobús
Esperando el autobús en la Plaza de la Reina, me aborda una señora a la que no conocía, y me dice: “¡Ya tenemos el Ave¡. Ahora puede uno de Madrid tomarse una paella en Valencia y volver a casa¡ ¡Pero no todo es tan rosa como dicen¡”, y continuó: “ Yo tengo una nieta de veintisiete años, que ya se ha juntado y se ha separado tres veces…No tiene trabajo y le tengo que pagar la letra de la casa porque si no, se la quitan. Con eso del botellón, llevan una vida de golferío.. Hace siete años que enterramos a mi marido. Yo he trabajado mucho en mi vida y tenía mi rinconcito – hace con las dos manos un expresivo gesto de arreplegar y sigue - ¡ me van a dejar sin nada¡ Mi hijo me dice que un día va a matar a mi nieta, porque ¿si ella me saca el dinero, qué le va a quedar a él?”. La comprendí perfectamente. Quizá lo viera en mi mirada. “Defienda lo suyo” - le dije- “las abuelas hoy, tenemos que tener mucha fortaleza”.Vino mi autobús y me despedí. Yo salía de oír misa en la Basílica, salía con paz. Me hubiera gustado poder hablar con ella largo. Recordé a Bernanos, en “Diario de un cura rural”. Su tributo al ama de casa: “ …esa voz valiente y resignada que apacigua al borracho, riñe a los niños díscolos, discute con el acreedor implacable, adormece al niño de pecho sin pañales, implora al alguacil, tranquiliza a los agonizantes; la voz de las amas de casa, igual a través de los siglos…”. Recordé a de Sica, Dreyer, Rosellini ... . Supieron comprendernos.
(carta enviada a "Las Provincias")
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