Cartas viejas
Amén de los mil y uno papeles impresos que me rodean, – ¡que gran invento los blogs¡ – porque me he pasado la vida escribiendo, están las cartas manuscritas o no, recibidas o mandadas. Al tratar de poner orden me entró el descorazonamiento y la angustia. “¡ He escrito cartas muy bonitas en esta vida y me da pena romperlas¡”- tuve la sensatez de decirles, lacrimosamente, a mis dos hijos por separado. El agobio y las penas pequeñas o grandes hay que contarlas para que no sentirnos víctimas. Los dos me dijeron: “No las rompas, las cartas no se rompen. ”
Me alegré de oírlo. Es lo que quería hacer. Por la noche, pasé un buen rato, releyendo algunas de ellas. En concreto las de mi hermana Carmen, desde “Los Ángeles”, cuando hizo la “machada” - de irse allí, sin una perra, con su marido y sus tres hijos pequeños. Éste, había conseguido una beca como investigador en la Universidad de California. La beca, además de justa no tenía en cuenta el tercer hijo. Las cartas de Carmen eran gamberras y divertidas, ocultando un trasfondo de abnegación. Recuerdo la despedida en casa de mi madre, los tres niños con sus chubasqueros…. Admiré su heroísmo, y pensé. ¿Valorará Paco – su marido – el sacrificio que hace esta mujer, para que él acabe sacando la cátedra de Química Orgánica de Valencia?”. Al octubre siguiente llegaron a España, ella embarazada del cuarto niño. Murió al dar a luz a su cuarto hijo, el 22 de julio siguiente. Tenía 34 años. Él, acabó sacando la cátedra, pero ella no estaba aquí para verlo. Ana, otra Químico con la que se casó, cenó con nosotros para celebrarlo.
Yo había hecho una novena al Fundador del Opus Dei, pidiendo una buena novia para Paco. La necesitaba. La novia llegó: una Químico, joven, inteligente,y buena. Tampoco ella andaba mal de heroísmo.
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