31 octubre, 2010

Las dos rosas

El día 2 de octubre, salíamos Amparo y yo de misa de 11 de la Catedral, cuando nos abordaron dos señoras diciendo: “¿Podemos hacerles un regalo a cambio de nada?”. Me interesó el negocio y nos paramos. El regalo eran dos espléndidas rosas rojas, de tallo largo, una para cada una.
El día empezaba inmejorable. Amparo - amiga desde que en el Colegio se manchaba los labios de sobrasada – y yo, íbamos a tomarnos un buen café con leche en una terraza una terraza de la Plaza de la Virgen, que ya es suficiente fiesta, ahora las rosas.

Pensé – soy de naturaleza optimista – que esas rosas eran como una confirmación “de arriba” de la vida de Amparo y la mía. Pensé también, que una rosa de ese color me regalaba, cada domingo al principio del noviazgo quien luego sería mi marido. Pensé también, que ese día: 2 de octubre, además de sábado, era el 82 aniversario de la Fundación del Opus Dei. En poco rato pensé muchas cosas. Y al escribir estas líneas, esto caigo en la cuenta que la rosa – “la rosa de Rialp” - tiene un lugar de honor bajo el sello del Opus Dei: una circunferencia – el mundo – que lleva inscrita – en sus entrañas – la cruz de Cristo.

Además de darnos las rosas, nos explicaron el motivo de ello: se trataba de una fundación que pretendía evitar a los ancianos la marginación social, la soledad, hacer que se oyera su voz… Me gustó y pensé que quizá podría colaborar en ella. En fin, lejos de sentirme anciana – llevaba mi desenfadado mejor conjunto, y estaba contenta por lo que el día iba trayendo – me vi dentro del posible voluntariado…. Hasta que llegué a casa y leí el impreso no caí en la cuenta que las dos rosas eran un homenaje a nuestros años. El amor a uno mismo, es algo estupendo.

Creo, y me gusta creerlo, que el amor propio, que llega hasta hacernos olvidar nuestra edad, es un rastro que ha dejado en nosotros el amor de Dios. Nos queremos porque Él nos quiere.

Cogimos nuestras rosas y dejamos éstas – a través de la celosía - en el cercano convento de clarisas para que las pusieran ante el sagrario. Las monjas las recibieron encantadas: “Se las pondremos a nuestro padre San Francisco, que el lunes es su fiesta” dijeron. Y me pareció bien porque el día de San Francisco: 4 de octubre, es también otro aniversario: el del día que conocí a quien me regalaba rosas.