07 octubre, 2010

Complejos

Aunque sabido es que tener complejos es de simplejos, la verdad es que cuesta liberarse de ellos. Ayer, como otras veces, en casa de una de mis hijas, me sentí un poco triste. Las abuelitas me entenderán. “Qué hago yo aquí - me decía - si los niños quieren estar con su madre, después de tantas horas en el Colegio, sin haber ido a comer a casa”. Y seguí pensando : “.. también ella deseará estar con ellos, libremente, y se ve obligada a darme conversación, a hacerme caso… Pero claro, si no vengo – y eso que recojo a la niña del cole y la traigo y ese trabajo que le ahorro - ¿cuándo la veo a y a los niños? ” Así discurría mientras me iba mustiando, lo que evidentemente no facilitaba las cosas. En la vida de las mujeres jóvenes con hijos, si son responsables, no hay tiempo para ir de compras o a merendar con sus madres, salen escopetadas del trabajo para incrustarse en su casa. Aunque a cierta edad los complejos, el perder pie, los arrugamientos, la desconfianza en una misma…pueden ser frecuentes, creo que esto muchas veces se produce, porque el diablo ha metido el rabo. A éste le interesa pasar desapercibido – en eso es muy “humildico”- ,que no se crea en su existencia – a veces tan evidente -, ni se hable de él, incluso se le tome a broma - así puede trabajar eficazmente - , pero la realidad es que nos ronda de continúo y sabe aprovechar nuestra tristeza: un hombre o una mujer tristes, dejan de hacer muchas cosas buenas.

(Carta enviada a "Las Provincias")