30 septiembre, 2010

Carmina

Encontré a Carmina en la Plaza de la Reina que iba a la Catedral a una misa celebración del Centenario de San Vicente de Paúl. A lo largo de la vida, Carmina y yo hemos cambiado algunas noticias de nuestra gente. La conocí de recién casada. Mi marido, que conocía al suyo, les proyectó el chalet, del que quedaron contentos, en el que el ala de dormitorios estaba orientada hacia una ermita de la Virgen que se veía a lo lejos. Las dos tenemos en común ser madres de familia – ella tiene ocho hijos – y la fe en Jesucristo, que queremos sea operativa. La última vez que nos encontramos me contó que su hija Magda, Numeraria del Opus Dei, que estudió Ciencias Exactas en Austria, estaba viviendo en Praga. Ahora lleva ya veinte años allí. Su madre está contenta porque Praga solo a dos horas en avión. Como me ha conmovido siempre la vida de quienes, en plena juventud, dejan su tierra para echar raíces cristianas donde sea, le pregunté por ella. Pero Carmina lo que quería es contarme la boda de su hijo mayor. Me la contó: las alianzas matrimoniales iban sobre un almohadón lleno de flores y recovecos. A la hora de ponérselas, él se la puso a ella, pero no encontraban la otra. El sacerdote dijo: “Por favor, un voluntario que preste una alianza”. El padre del novio, se quitó la suya y la llevó al altar. A mí al oírlo se me puso la carne de gallina. Un marido fiel, padre de ocho hijos pasaba, por así decir, su fidelidad a su hijo mayor. Un gesto difícil de olvidar. Me gustó tanto que le dije que lo contaría


(carta enviada a "las Provincias"