30 mayo, 2010

La vanidad

La vanidad es como una hijuela del orgullo. El orgullo es silencioso y hermético. La vanidad extrovertida y vocinglera. Por eso a veces, hasta puede resultar simpática. Es como decir a gritos: “¡Venga¡ , quererme un poco que hay que ver lo que valgo”. Como aquel estudiante de arquitectura,
al que llamaban “el castizo”, que en clase de Proyectos, mientras cada uno trabajaba en el suyo, decía en voz alta extasiado mirando sus planos: “¿Pero cómo puedo ser tan bueno?”. Los demás se reían. “El castizo” caía bien al personal.

Sobre la vanidad escribe Tolstoi en “Historia de mi infancia” contando la muerte de su madre, con la que según sus palabras terminó su infancia. Recordando aquel velatorio, dice: “ La vanidad es el sentimiento menos compatible con la verdadera aflicción, pero está tan arraigada en la naturaleza del hombre, que rara vez la ahoga incluso el dolor más profundo. En una desgracia la vanidad se expresa por el deseo de parecer afligido, desdichado o sereno. Esos deseos mezquinos, que no confesamos `pero que casi nunca nos abandonan, ni siquiera en el dolor más grande despojan a éste de la intensidad y sinceridad”

La vanagloria es eso: gloria vana. “¿Qué tenéis que no hayáis recibido?. Entonces ¿Por qué gloriaros como si no lo hubiereis recibido?”. Se nos olvida, y nos ponemos moños. Hoy es la fiesta de la Santísima Trinidad: “Gloria al Padre, Gloria al Hijo y Gloria al Espíritu Santo”. Para Dios toda la gloria.