10 marzo, 2010

Niños

Me contaba una madre joven que yendo con su hijo de seis años a la Basílica de la Virgen éste le dijo: “¿mamá me puedo confesar? Su madre le respondió: “pregúntaselo al sacerdote” el niño se acercó a la parte delantera del confesonario ( ¡que grato resulta que los sacerdotes estén metidos en ellos, esperando que pique el pez) y se estuvo veinticinco minutos hablando con el sacerdote. Al volver junto a su madre, que estaba perpleja, ésta le dijo: “De que has estado hablando” y el niño le contestó: “ya no me acuerdo” y moviendo expresivamente la mano, de izquierda a derecha, continuó: “¡Pero todos mis pecados están perdonados¡”. Se ve que le gustó la experiencia porque al sábado siguiente quería confesarse otra vez.

Hay por ahí un libro, cuyo título desconozco, que recoge las “salidas” de niños en el cole, en éxamenes, en redacciones…de éste me contaron que un niño le dijo a Dios: “ Si me miras el domingo te enseñaré mis zapatos nuevos”.

Los lunes, Belén ( seis años) pasa la tarde conmigo porque su madre, que trabaja como Profesora, tiene que sacarse el “Michá” ( no se si se escribe así porque gracias a Dios no tuve que aprender valenciano ) va a una Academia haber si consigue el título de una maldita vez, porque estudiando por su cuenta no hay manera. La desmesurada exigencia en el dominio del valenciano para quien lo que tiene que hacer es dibujar y explicar arte, daría risa si no diera pena. El caso es que si Belén viene a casa, la cuidadora se queda con un niño menos o quizá dos, porque otro de sus hermanos, se va a otra casa. Vemos Dibujos, hacemos los deberes, cena y jugamos cuatro partidas de dominó (el número de partidas es inamovible). Yo lo paso en grande, y es de ver la carita sonriente de Belén, con sus dientes chiquitines, cuando al no tener la ficha adecuada y tener que “robar”, dice antes: “¡Santa María¡”, para coger la que necesita.

Poder estar con niños a los que se les educa en el amor a Dios es un privilegio gordo.