6- 10 -2009
Hoy se cumplen siete años de la canonización de San Josemaría. Yo no estuve en esa fecha en Roma, llenando la Plaza de San Pedro, como hubiera sido mi agradecido deber filial, sino ingresada en la Clínica Quirón, por una pancreatitis de la que salí, de milagro.
Eso me recuerda que hace poco salí con “la Francisca”, de la que ya he hablado otras veces. Para quienes no estén en onda baste decir que Francisca era la “tata” de mi casa cuando yo tenía 13 años, mi hermana Carmen 11 y ella 18. Oímos misa en la Catedral, miraba emocionada el cimborrio y el rosetón y antes de salir de ella le enseñé la capilla del Santo Cáliz y añadí : “aquí se casó Carmencito” y seguí añadiendo: “Se llamaba Carmen Nieves Cristina, se casó el día de La Preciosísima Sangre de Cristo, y murió (en un parto) desangrada”. Eso fue en el 76. “¡Pobre Carmencito¡” comentó y ya en la callé me espetá – me lo dice todos los años – “Mira Rosa, te voy a decir una cosa: tu hermana valía más que tú y tenía mejor corazón que tú”. ¡Chupáte esa mandarina¡ Le contesté veloz: “Por eso ella se ha ido y yo estoy aquí”. Luego como todos los años me invitó a un magnífico chocolate con churros. ¡Viva Freancisca¡
Está mañana para rezar un rato he abierto al azar la magnífica Biografía de San Josemaría de Váquez de Prada y me tropiezo coin esto:
“ Que tu vida no sea una vida estéril - Sé útil – Deja poso –ilumina con la luminaria de tu fe y de tu amor” (Camino. n1).
Eso se intenta.
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