A la vuelta de la montaña
Sin poder dormir, me levanto a escribir. Me ha salido un pareado, sin haberlo preparado. Frase descongestiva y colegial, evocadora de un tiempo alegre y despreocupado en el que las cosas van razonablemente, cuando se ha tenido la suerte de disfrutar una educación separada.
“ No quiero que mis hijas vayan a un colegio mixto” - me decía mi yerno, que tiene nueve hermanos, chicos y chicas – “quiero que lleven uniforme a tablas, que engorden y sean felices”. Sabia decisión.
Sus hijas llevan uniforme plisado, son monísimas y tienen unos tipos estupendos. Pero eso, es lo de menos. Siempre hay tiempo para pegar el estirón y florecer. Lo principal es que al educarse entre mujeres, sus potencialidades son desarrolladas al máximo – sabido es que en el aprendizaje y en la vida los hombres son, además de diferentes de nosotras, mas lentos –. Y, libres de coqueteos y zarandajas – tiempo habrá para la lidia con el varón – van cogiendo alegría y fuerzas, que las necesitarán, mientras adquieren temple y confianza en sí mismas.
´Hoy he vuelto de “La Virgen de la Vega”. Aquí se quedó el portátil. Me alegré de dejarlo. Como dice mi amiga Maribel “hay que estar desprendidas” y como digo yo: “Más se perdió en la guerra de Cuba”.
Aquí se quedó el portátil, pero a las 4,40 estoy escribiendo..
Y por cierto que hablando de la guerra de Cuba, en el Hotel Esther he conocido a Magdalena, una de las muchas viejecitas que ocupan cada una su mesa en el amplio comedor.. Magdalena, que es de un pueblo cercano a Fuentes Claras me contó, casi a las primeras de cambio, que su abuelo pagó la guerra de Cuba y cuando el gobierno de la nación le preguntó que título nobiliario quería, él contestó: “No quiero ninguno, me basta con ser español”.
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