01 agosto, 2009

Ha muerto un hombre bueno

Esta mañana ha muerto un hombre bueno: Vicente Pons. A juzgar por la hora que ha sido, quizá haya sido mi misa el primer sufragio por su alma o ayuda en la agonía. Desde que leo a Santa Faustina Kowalska soy muy sensible a la ayuda que podemos prestar a los agonizantes con nuestra oración.

A Vicente lo recuerdo de la Facultad, con su bata de Químico, sonriente gordito. Tenía unos ojos grandes, que luego heredaría, por tamaño no por color, Arancha, una de sus seis hijas, amiga de mi hija Marta. Tener seis hijas y casarlas bien a todas, no es cosa que le ocurra a cualquiera. Claro que para decirlo todo, esas niñas tienen un tío que es un sacerdote santo. Algo habrá tenido él que ver en el asunto. ¿No dicen que casamiento y mortaja del cielo baja?.

Don Vicente, nombre del citado sacerdote, fue profesor mío de Religión en la Facultad y ya se veía entonces que tenía madera de santo. Si bien lo de la madera de santo es un decir, porque solo la madera no basta, hay que trabajarla.En aquellos tiempos me dio Matrícula de Honor en Religión, la única que saqué en toda la carrera. Y luego asistió a la ceremonia de mi boda porque era el confesor de una tía carnal de mi marido, y siempre que me lo encuentro por la calle, le pido que rece por mi matrimonio.

El año pasado Vicente Pons nos daba la comunión todos los días en la ermita de la Virgen de la Vega.