No podemos callar
De cara a la nueva ofensiva que contra la vida que empieza, - no la de un chimpancé sino la de un hombre- ha organizado el estado adoctrinador que padecemos, no podemos callar. Y no podemos porque entonces seríamos cómplices. Cómplices frente al Dios de vivos y muertos ante el cual algún día, quizá no muy lejano, habremos de comparecer. Vivimos, fueraza es reconocerlo, en una sociedad enferma, o si se quiere: ciega. Se empezó cerrando los ojos ante las relaciones sexuales libres de trabas, y como el descenso por un plano inclinado no siempre se controla, cuando el preservativo no funciona, se aborta y santas pascuas. Y esa aberración pretende ser considerada progreso, vendiéndonos la cabra de que así, la mujer gana en libertad. Cuando lo que realmente ocurre es que si a la mujer no se la ayuda, desde el estado y desde otras instancias – “Pro- vida” y “La casa cuna Santa Isabel ya lo hacen”- en esa maternidad difícil, para que ésta llegue a término, se la sume en un dolor de por vida del que hubiera querido ser liberada por un entorno más piadoso. ¿Cuántas veces vemos en prensa declaraciones de mujeres que han pasado por esa trágica experiencia y algunas se arrepintieron ya desde antesala de la clínica abortista, a cuyo macabro mecanismo no pudieron escapar? “Si tu padre y tu madre te abandonan – dice el Salmo 26 – te recogerá el Señor”. Que Él acoja a esos niños que, por no tener derechos, no tienen ni si quiéra “El derecho de nacer”,como el título de aquella obra de teatro de los años 50.
(Carta enviada a "Las Provincias", que quizá no me publiquen por el ataque a la prensa)
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