Pasar tiempo con los hijos
Educar es entre otras cosas, pasar tiempo con los hijos. Salir a callejear con ellos, ir de compras, tener tertulias. Yo he tenido la suerte de poder hacer todo eso porque no ejercí un trabajo fuera de casa. Recuerdo como si fuera ahora cuando le leí a Juan un párrafo de “Obstinación”, de Herman Hesse al borde de la piscina que hicieron en Samper de Calanda, a la salida del pueblo, rumbo al Calvario y a Santa Quiteria. Tendría unos nueve o diez años, quizá menos. A los pocos días me dijo: “Mamá¡¡¡ mira como nado” Y vi su cuerpecito moreno y delgado con bañador rojo, avanzar bajo el agua azul. Nadie le había enseñado, evidentemente no era como yo a pesar de que mi madre, me decía de niña: “eres un pato, siempre te estas cayendo”. “Obstinación” está en la prehistoria de la vocación y de la profesión literaria de Juan.
Recuerdo igualmente cuando sentados los tres Quino, Juan y yo en los grandes confortables modernistas del cuarto de estar, que heredamos de nuestros mayores, les conté de pé a pá “Resurrección” y de cómo escuchaban atentos. Estaban en esa edad en que la madre tiene prestigio y ellos viven felices en su entorno.
Juan era un niño de primaria, al cambio de hoy, cuando una tarde que íbamos a hacer una visita a la Basílica de la Virgen de los Desamparados. Ya dentro me dijó: “´Vamos a rezar una Salve a la Virgen, para que al año que viene tenga también en clase a Don Juan Vicente Más”. Don Juan Vicente Más, hermano de Don Enrique Más, sacerdote, era un santo. No había más que verle la cara.
Era ya un poco más mayor, cuando una tarde, que me había propuesto irme a confesar y me daba una pereza enorme, lancé esperanzada la pregunta: “¿Alguno de vosotros me acompaña a ir a confesar?”. Juan que debió de ver, siempre ha sido psicólogo, que si no encontraba a nadie, me quedaba en casa, se levantó y dijo: “Mamá, yo te acompaño”.
De estas cosas me he acordado a raíz de la tertulia en la cafetería.
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