Monjas negras
De mis muchos veranos en Rubielos de Mora, procede el que conozca a las monjas Agustinas Recoletas del convento de San Ignacio, que llevan en el pueblo casi cuatrocientos años. He ido muchas tardes a hacer la visita a la Iglesia del convento, y para entrar, tenía que pedir antes la gran llave de hierro, y recogerla en el torno. A veces veces pasaba luego al locutorio a hablar con las monjas. A ellas les he pedido oraciones, y tras la reja de la clausura han visto crecer a mis hijos de pequeños y he disfrutado viendo el buen rato que las monjas pasaban con ello. Una vez Sor Sagrario me contó su vocación y aunque he olvidado la anécdota, no el impacto que su relato me produjo, ambientado por la sonrisa de las monjas, la pobreza del locutorio y la débil pero cálida luz de una tarde de invierno en un ámbito entrañable. Sor Sagrario, como tantas otras está ya en el cielo.
Las monjas de Rubielos han pasado muchos años sin tener una sola vocación. Las pedían, pero Dios se hacía el sordo. La Madre, me decía: “Pídale a San Josemaría que tengamos vocaciones, sino se tendrá que cerrar el convento”. Hubiera sido muy triste. Como todo lo que vale, las vocaciones tardaron, pero llegaron. Primero entró Mary Ángeles, luego María Antonia y después, Rocío que hizo sus votos el pasado 11 de noviembre. Este verano, entró a prueba Bernardette, de Kenia, y ahora Bernardette tiene tres compañeras keniatas: Lucía, Concepción y Vitorina. Cuatro monjas negras en el frío convento de Rubielos.
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