Tertulia
Veníamos contentas por la carretera Pepa, Amparo y yo. Salíamos de oír a Diógenes. Me explicaré: salíamos de oír hablar de Dios, aquí en La Virgen de la Vega, a Pilar, que ha venido desde Valencia a darnos una charla, de esas en las que una sale mejor de lo que entra, en casa de Mary. Mary ha heredado de sus padres una gran casona de otros tiempos capaz de albergar a mucha gente y con un jardín colosal. Nuestro contento, tras oír aquello que nos venía como agua de mayo, propició, que ya solas las tres y carretera adelante, se estableciera un clima de confianza y Amparo nos hablara de su padre y de sí misma. Creo que vale la pena, que a mi vez lo cuente yo, con el fin de a aumentar el auditorio.
El Padre de Amparo era Médico radiólogo, carrera de la cual vivió, Licenciado en Historia, Abogado, Licenciado en Filosofía y Letras y padre de cinco hijas, de las cuales conozco a dos: Amparo y Tinés, con ocho hijos cada una. Doy el dato porque soy de la opinión de que para una mujer, cada hijo es una condecoración, una cruz de guerra. Salvador, que así se llamaba el hombre a quien me refiero, se fue al Seminario de joven y cuando estaba a punto de cantar misa se salió. Al hacerlo le prometió a su padre que el cinco años se haría Médico ( entonces Medicina se estudiaba en siete si es que las cosas iban bien) y así fue. Ya vemos que luego continuó estudiando. Como Abogado solo ejerció una vez y ganó un pleito en el Supremo. Después de esa experiencia, paradójicamente decidió que no ejercería la abogacía. Tenía una biblioteca considerable y no dejó de leer en su vida. En su ancianidad leía con lupa la historia de los hititas porque no quería morirse sin saber de ellos, vaya usted a saber por qué. Salvador conservó siempre su biblioteca de sacerdote con una Suma Teológica atiborrada de notas, que le tocó a Amparo en suerte y bien le vendrá porque Amparo tiene un nieto, Rafa, que con dieciocho años se ha dejado a la novia y se ha ido al Seminario. Cuando a Salvador, ya sacramentado a Salvador el sacerdote le rezaba en latín la recomendación del alma, él la iba recitando por delante del cura, hasta que éste le dijo: “¿Quién recomienda su alma, usted o yo?”. Ahora que escribo esto, me vienen a la cabeza esas palabra de Miguel de Unamuno: “Quiero morir con los ojos abiertos / quiero morir bien abiertos los ojos”.
Lo que Amparo ha contado de sí misma, no lo voy a contar. Espero que me sirva porque los buenos ejemplos, calan a Dios gracias. Los malos también, pero de esos procuro saber pocos. Antes de que empezara la charla en casa de Mary, (que tiene treina nietos de tres hijas) perfecta anfitriona solícita con todas, mientras tenía encima el bebé de Macarena, la profesora de mi nieto Juan y de veinticuatro niños más, ha dicho mirándome una frase que yo he archivado: “Me está viniendo a la cabeza Marcelino, uno de los niños que cuidé cuando estuve en Kenia acompañando a Juan”. Le he contestado: “llena de nietos aquí y cuidando niños en Kenia…”. Recuerdo que de Juan y Mary conté el verano pasado cosas aquí.
Hoy Santa Mónica, madre de San Agustín. Gran amiga mía y de la que mi abuela Rosa se acordaba todas las noches.
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