Gente de paz
En el retiro espiritual que todos los meses brinda la Iglesia de San Juan del Hospital de Valencia, al que asistí el 14 de agosto, festividad de San Maximiliano Kolbe – sacerdote que ofreció su vida en rescate de la de un padre de familia, en Auswizt - a las cinco de la tarde y con un calor de justicia, el sacerdote – sevillano y guasón - después de decirnos que al final nos impondría una medalla, hizo jocosa referencia a lo duro del verano del ama de casa. A ésta, sobre todo si es abuela joven, le llueven feudos de todo tipo, de manera que sin haber terminado la batalla de abastecer al personal con las viandas de la comida, se le viene encima la preparación de la cena. Sin contar aprovisionamiento de la intendencia, lavadoras, cuidado de la bisabuela que a veces está, amén de templamiento de gaitas que toda convivencia exige si se quiere conservar la paz. Como las cosas son como él las contaba – haciendo nos reír si podía, lo que siempre se agradece, allí estábamos, junto al sagrario, un puñado de mujeres dispuestas a hacer acopio de fuerzas, para lo que pudiera presentarse. Y a propósito de la paz en la familia, más amenazada en verano por una convivencia más estrecha y muchas veces poco descanso, a mano le vino al cura una coplilla al respecto, para que cada cual se la aplicara: “ En la puerta de tu casa/ he de poner un letrero / con letritas de oro fino:/ “por aquí, se entra en el cielo”. Al oírla recordé que en el rezo del rosario en familia de mi casa, siempre me chocaron de niña, cuando mi madre que era quien lo dirigía pedía : “Paz y concordia entre los Príncipes cristianos”. Era también mi madre, la que frente al carácter polemista de la familia de mi padre, decía con cierta superioridad alegre: “en mi familia siempre hemos sido todos gente de paz.”
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