Lidia
Cuentan “Los Hechos de los Apóstoles” cuando Pablo llega a Filipos (Europa): “ Él sábado salimos fuera de la puerta, junto al río, donde pensábamos que estaba el lugar de la oración, y sentados hablamos con algunas mujeres que se hallaban reunidas. Cierta mujer llamada Lidia, temerosa de Dios, purpuraria de la ciudad de Tiatira, escuchaba atenta. El Señor había abierto su corazón para entender las cosas que Pablo decía. Una vez que se bautizó con toda su casa, rogó diciendo: Puesto que me habéis juzgado fiel al Señor, entrad en mi casa y quedaos en ella; y nos obligó” (Hch.16, 13-15)
Lidia, la primera cristiana europea, purpuraria de la ciudad de Tiatira, tuvo la suerte de oír la predicación de San Pablo. Sacó tiempo para ello – las profesiones antes no eran tan agobiantes como ahora – y escuchaba atenta. Lidia era, además de una mujer trabajadora, que porque ganaba su dinero podía hospedar a Pablo y quien le acompañaba, una verdadera mujer. Las cosas de Dios le interesaban. Cuando veo tanta mujer profesional que no tiene ni tiempo ni ganas de oír lo único que realmente importa y hace la vida interesante y plena, pienso que desde Lidia acá, la mujer ha perdido mucho. “El Señor había abierto su corazón para entender las cosas que Pablo decía”. Algo que suele ocurrir a quien se pone a la escucha de la palabra de Dios. Pienso también que es cruel y demoníaco extenuar a la mujer o al hombre con un trabajo que no deja espacio al propio crecimiento.
Hoy es Santa Lidia. No lo sabía. Me ha sido grato descubrirlo. Otra fecha más que archivar. Es el santo de otra Lidia: la amiga de Mary Ángeles, que ha venido desde Zaragoza a pasar unos días con ella. Este año, vino para cuidarla, con sus casi noventa años, cuando Mary Ángeles no podía andar y ahora porque este año Mary Ángeles no sale de vacaciones porque su perra “Luna” está muy vieja para viajar. Dos mujeres de muy distinta edad, cuyos santos se celebran el 2 y el 3 de agosto, que tienen sin duda, aunque ellas no lo sepan, el aire de familia de aquella Lidia del siglo I que sabía escuchar a quien podía arreglarle la vida.
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