27 octubre, 2007

Isabel, Isabel...

Mi amiga Carmen, a la que yo llamo Carmen de España, porque es guapa, con un tipo bonito, a lo Audrey Hepburn, sonriente y festera – yo le digo que tendría que pedirle a Dios un novio, porque no le cuadra el estado civil de viuda, madre de tres hijos, sin ser para nada una viuda alegre, me contó una vez algo que quizá valga la pena transcribir. Sirve por otro lado para dedicar unas líneas a la Madre de Marco Polo – otro de los nombres que le doy, porque su hijo mayor, que vive en Venecia, tan pronto está en New Cork como en China – que a veces me ha echado en cara que no he escrito una sola línea sobre ella.

Cuando Carmen era niña, y al acortarle el vestido de organdí de su primera comunión, para que lo siguiera llevando, le hicieron con la tela que sobraba de la falda una pamela a la que le añadieron un par de bonitas cerezas rojas, con los que se paseaba se paseaba sintiéndose la reina le los mares, frecuentaba la casa de una vecina, a la que por su edad de ésta, adoptó como abuela. Ella no tenía ninguna y una abuela es necesaria. Carmen se sentía bien en ese hogar, que no era el suyo. Sentada en una sillita baja y en silencio, observaba la vida que allí transcurría. Su “abuela”, en silencio, siempre atareada con los trabajos de la casa o con la labor en las manos. El marido de ésta, siempre sentado en un sillón sin hacer nada. De vez en cuando el musitaba estas palabras: “Isabel, Isabel…”. Isabel no respondía. No hacía falta. Seguía trabajando. Ella estaba allí, y él se sentía seguro.

1 Comentarios:

At 02 diciembre, 2007 12:03, Anonymous Anónimo escribió...

Soy marco polo(Raul) yo tambien le deseo a mama que encuentre un novio.Gracias.

 

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