Con Concha
Hace mucho tiempo que no veía a Concha, por eso la conversación ha sido larga. Había mucho que contar. Por otro lado Concha y yo nos entendemos casi sin hablar porque nos conocemos hace más de treinta años y las dos amamos a Dios. Concha perdió a su hija Montse de 38 años este verano de un cáncer de útero y su madre de 92, sigue viviendo. “No me he rebotado ¿sabes?”. Lo sabía. A Montse la han cuidado, le llevaban la comida guisada en casa, porque no le gustaba la del IVO y también la vajilla, mantel y servilleta de tela. Y camisones bonitos. Es importante comer y vestir con esmero cuando el cuerpo se desmorona. “Que dibuje, que borde”, había dicho el médico. Y Montse, entregada a Dios desde los quince años, hacía baberos a punto de cruz para los niños de sus amigas y dibujaba burritos con alforjas llenas de frutos, flores y mariposas. Y daba las gracias a todo aquel que le prodigaba cariño y cuidados. Cuando fue la sicóloga a “confortarla”, le dijo que la muerte era algo natural. Concha al oírlo no pudo contenerse: “la muerte no es algo natural. El hombre no estaba hecho para ella. La muerte, después del pecado original, es la puerta para estar con Dios” La sicóloga, flipaba. “Tienen suerte de contar para esto con el recurso de Dios”,dijo. Y Concha continuó: “Dios no es ningún recurso, no es una llave inglesa necesaria en algunos casos.” Asentí. Y me contó que Mónica, su otra hija que hizo frente a la enfermedad de Montse dijo aquella se hubo marchado “Que no vuelva la sicóloga”, y no volvió. Realmente no hacía ninguna falta.
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