Con Pilar
Quedé con Pilar en una terraza en la plaza de la Virgen, en la que hay mucho espacio para correr y palomas, muchas palomas. Dicen que han soltado en Valencia cuatro halcones porque éstas se han reproducido mucho y también que está prohibido darles de comer. Pasé de la prohibición y me llevé pan duro. Pilar venía con Juan su hijo de cuatro años, al que acababa de recoger del Colegio. Casi no hablamos, había que vigilar al niño en sus correrías y ella había dado bastantes clases en el día. El pan duro y el pequeño dinosaurio que yo había llevado a Juan, hicieron su papel. Pilar y yo nos tenemos cariño. Pese a la gran diferencia de edad, es prima hermana mía, y siempre he intentado, en nuestras conversaciones, dar razón de mi esperanza, me lo pida o no. Cosa que en el fondo agradece, aunque hayamos discutido muchas veces por ello, cuando las dos éramos más jóvenes. Pilar acaba firmar un divorcio, él que luchó denodadamente por conseguirla ( Pilar es alta, tiene un tipazo, una bonita cara y es inteligente) quiere ser libre. Y todos tan contentos. El hombre “light” del que hablaba Enrique Rojas. Ésta generación y la mía, que gracias a Dios no hemos conocido la guerra, si hemos conocido la guerra doméstica. La estúpida sociedad americana que nosotros nos tragábamos de niños en películas como “Desayuno con diamantes”,”Charada”, “Mi desconfiada esposa” y tantas más, domingo tras domingo, ya la disfrutamos aquí. Me viene a la cabeza el título de un libro que hace al caso: “Amor y Responsabilidad”, de Juan Pabl II. Pila y nos despedimos. Al hacerlo, dije que me quedaba a rezar en el oratorio del Convento de Clarisas (fundado por Jaime I el Conquistador) que estaba allí al lado: un mundo dentro de otro mundo. Le invite a entrar. “Juan – le dije al niño - te quiero enseñar una cosa bonita para que cuando venga tu yaya a Valencia, se la enseñes tu.” Pilar estuvo de acuerdo.
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