22 septiembre, 2007

Las citas

Cuando escribía a mi hijo, que Juan estaba en Ann Arbor, como cualquier madre apasionada, atiborraba mis cartas de citas. “¡No me escribas más citas¡”, me contestó una vez. Le hice caso, aún que me costó.

Este verano leyendo el Diario de Etty Hillesum, ésta contestándole a una amiga desde el campo de concentración, le decía: “Sí, que llegó tu carta, llena de citas.” Y me dije a mi misma: “¿Ves Juan? Las citas son necesarias porque es propio del ser humano querer comunicar la verdad. Y copiar, humildemente, aquello que otro ha sabido decir con precisión y con fuerza.

Juan, que tiene más interés en educarme a mí – pese a mi edad – que tengo yo – pese a la suya -, sabido es que los hijos educan más a los padres que al revés, por lo menos durante mucho más tiempo, me dijo ayer a propósito de las citas: “Tú, como escritora deberías no ser vaga y transcribir las citas con tus propias palabras, citando la fuente claro.”.

Y yo me digo: es claro que se puede facilitar la comprensión de una idea, haciéndola nuestra y expresándola, pero ¿ es que no es una hermosa quijotada el creer en la inteligencia y la sensibilidad de quien nos lee y ponerle a beber del mismo manantial en que uno ha bebido para que no se pierda ni una gota? ¿ No es una invitación ello para llevarle a la fuente y que pueda acudir él con su propio cántaro?