10 septiembre, 2007

Torreciudad

Llegar hasta las tierras altas de Aragón, más allá de Barbastro, a la jornada anual de las Familias, a pedir a Nuestra Señora de los Ángeles de Torreciudad protección para ellas, tiene, como peregrinación, su pequeña dureza y su mucho de aprendizaje. Podrá gustar más o menos el proyecto del santuario, pero conmueve siempre contemplar una arquitectura espléndida. El impecable acabado, las incisivas aristas de su volumen recortándose en el cielo, los muros de ladrillos de colocación perfecta, así como el despiece de su cubierta de teja árabe, hacen de la explanada un templo con un magnífico retablo al fondo. Por el Santuario de Torreciudad, no pasa el tiempo. Es como si los ángeles lo conservaran. San Josemaría, que quería. ser arquitecto, antes de ver que Dios le pedía no construir con ladrillos sino con hombres, debe contemplarlo emocionado. Eso si que es trabajo bien hecho, y hecho cara a Dios.

A primera vez que fui a Torreciudad, fue con cuatro niños pequeños, la pequeña gateaba por debajo de la mesa mientras comíamos. Ahora he vuelto con ella, solo que la acompañaban su marido y sus dos hijos pequeños. A la ida rezamos el rosario en el coche. El pequeño Juan de tres años se armaba un pequeño lío con el Avemaría con la que intentaba contribuir. El pobre tuvo que desistir. La Pequeña Vega, de año y medio, también puso su cuarto a espadas y de vez en cuando decía Amén. La vida no es una rueda. Es un vector, cuya flecha, mira al cielo.