14 septiembre, 2007

Naderías

El libro verde

A mí la asignatura de “La educación para la ciudadanía”, que a Arturo Pérez – Reverte, le hace troncharse, me recuerda a la nuestra de la “Formación del Espíritu Nacional”. De esa, nos tronchábamos nosotras sin esperar a crecer. Era el libro verde, y decía cosas como ésta: “ A Jose Antonio le hubiera gustado amar a una mujer, como la amó y compartir con ella, cristiana y dulcemente una vida apacible”. Ojalá que los chavales pudieran tener respecto a la “Educación para la ciudadanía”, si es que inevitable, una mente crítica parecida a la nuestra. Pero lo dudo. Nuestra sociedad, todo lo gris que se quiera, tenía una familia fuerte y es ésta la que realmente educa y defiende de las memeces de los políticos. Teníamos una madre a tiempo completo (estos días ha dicho el Dalai Lama, que él ha llegado a ser lo que es gracias a su madre) y muchos íbamos a colegios llevados por religiosos o religiosas. Cuando se ha recibido una buena catequesis, se ven las cosas como son, no como nos las quieren contar quienes pretenden igualar a la baja, halagar la mediocridad y conseguir votos. Se detectan tontadas y errores Si el Estado trata de imponer una moral, aunque la llame cívica, que choca frontalmente con la ley natural, prescinde de Dios y con la que los padres, que son los auténticos responsables de la educación de los hijos, está sencillamente avasallando.

Me encanta oír a mi nieta Vega de año y medio decir de vez en cuando: “¿qué tal?”. Con su mirada azul chispeante y su sonrisa perenne. El que Vega no pueda entender la contestación del que la escucha, respecto al estado de ánimo de éste, no supone ninguna novedad: a los adultos que preguntan ¿qué tal? les importa un comino la contestación.


Leyendo a un varón sesudo que hablaba con entusiasmo del poeta Virgilio
y la moralidad de su paganismo ingenuo, frente al paganismo pervertido griego, me acordé de Virgilio el asistente de mi padre (por su graduación militar tenía dos),que me llevaba al Colegio de niña, cuya mano peluda no quería cogerme en los cruces, y al que una vez llegando a casa y después de tirar alegremente la cartera, le decía con decisión: ¡ Virgilio, las divisiones¡


Una película que me entusiasmó de niña, era “El Mundo en sus manos” de Gregory Peck y Ann Blayth. Especialmente su escena final con los dos con sus manos unidas sobre el timón del barco. Gregory Peck fue el galán de mi infancia. El más guapo de todos. Tenía una postal en blanco y negro con su cara, de la que tuve que deshacerme, regalándosela a mi hermana, porque encontraba su boca demasiado atractiva. Pero no me refiero a eso. Me refiero a que ahora, con un portátil, cualquiera puede tener el mundo en sus manos.