23 agosto, 2007

Para la Argentina

No hace mucho recibí un cariñoso comentario de Martha desde Rosario, Républica Argentina, por haber colgado de la red “La Leyenda de Mío –lo- San, que ella como yo habíamos disfrutado en nuestra niñez. La Argentina para mí tiene sonido de alegres campanas y quiero contar por qué.

En mi largo noviazgo, él en Madrid y yo en Valencia, escribimos ambos muchísimas cartas. Él venía en vacaciones y había una llamada telefónica los domingos a las 8. El resto del tiempo había que estudiar, cada uno lo suyo, y lógicamente guardar una exquisita fidelidad, entendiendo por ella no permitirse el mas ligero coqueteo. No había móviles y el dinero iba corto. Se vivía la templaza, con naturalidad. Quizá sea bueno explicar que la templanza es, además de la moderación en comer y beber, el señorío no solo sobre las cosas sino sobre los propios estados de ánimo. Un día después de la lectura del evangelio, lectura que me preocupó por su exigencia (un grupo de universitarias ex alumnas de las Madres Teresianas nos reuníamos periódicamente en el Colegio para ello), la Madre Digna nos ofreció, no se para qué, un viaje a Madrid: Ni me lo creía. Mi madre por ir con las monjas, me dejó ir. Y el autobús al llegar a Madrid nos llevó hasta Républica Argentina, bonito barrio residencial en que se ubicaba la residencia que nos habían buscado las monjas.

De niña me encantó la lectura de Alegre, de Hugo Wast. Luego supe que además de Premio Nobel, era argentino.

De recien casada, Sabinan, Numeraria del Opus Dei que en su juventud había llevado éste a la Argentina fue de quien Dios se valió para que conociera, de muy buena mano

El espíritu de la Obra.