Acabó la novena
Ayer acabó la novena de la Inmaculada, a la que he asistido fielmente. La predicaba un buen sacerdote sevillano y con tablas que nos hizo pensar y reír y pasar y al cabo un buen rato. Llena hasta rebosar la gran nave de San Andrés, amparados todos bajo una hermosa imagen, de la Virgen adelantada hacia los fieles en el presbiterio. En Valencia se predican solemnemente cuatro novenas a la Inmaculada: la de los Abogados en el Patriarca, y tres predicadas por sacerdotes del Opus Dei: la de las mozas en San Andrés, la de los mozos en San Juan del Hospital y la de las familias en San Juan y San Vicente, (aunque, lógicamente, cada cual va a la que quiere).En San Andrés no faltaron ni cantos a la Virgen ni la salve rociera, con sus “olé, olé, olé olé olé” vibrantes y sonoros. De toda esa gratificante predicación, algo quiero contar, como en pespunte:
D. Samuel Valero, sacerdote del Opus Dei que ha pasado muchos años en Perú, teniendo a su cargo doce parroquias a tres mil metros de altura a las que había que trasladarse en burro por senderos estrechos bordeados por precipicios andinos, se encontró con una indita de unos siete años con un niño pequeño cargado a la espalda. D.Samuel: “Pero ¿Cómo vas con ese peso?” Indita: “Padrecito no es un peso, es mi hermano”.
Quizá el juicio al que nos enfrentemos cada uno al final de nuestra vida, consista en que Dios nos enseñe una fotografía de nuestra primera comunión y nos pregunte: “¿Qué fue de ese niño?”
Dijo León Bloy: “El día más triste para un cristiano es aquel en el que uno se dice así mismo: yo no seré santo, me quedo en mediocre”
Narciso Yepes, recordando su conversión, súbita e inesperada, un 18 de mayo mirando al Sena, contaba: “Dios no contaba entonces para nada en mi existencia, pero luego pude saber que yo siempre había contado para Él”.
Más cosas contaría.
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