05 diciembre, 2006

Iconos

A punto he estado de titular estas líneas “guiños”. Porque pudiera ser que mirándolos con fe, nos lo hiciera Dios. Me explicaré:
Creo que ya he contado, a lo que de veras “nos toca” volvemos con el pensamiento muchas veces, que la primera imagen de la Virgen a la que recé, fue una escultura de la Inmaculada de buen tamaño, que mi abuela Pilar regaló a mis padres para mi Primera Comunión. A ella acudí con la mirada muchas veces en busca de ayuda. Ella está ligada a mi vida de niña y a la ilusión de mi noviazgo.

Lo que nunca he contado, y quizá esté bien que lo haga, que mi marido dejó de vivir en casa hace muchos años. El dolor que esa situación produce, para quien la familia no es algo baladí, solo pasándolo se entiende. Por aquel entonces acostumbraba a ir a rezar a un sagrario cercano a mi casa, donde he pasado muchas horas, más que acompañando al Señor, acompañándome Él a mí. Un día descubrí, no sin ilusión, que en el cuadro de la Virgen que estaba sobre el sagrario, el Niño Jesús que Ella tenía en brazos estaba apretujando una gran rosa roja. Yo me llamó Rosa. Me vi en buenas manos.

Por la fiesta de la Inmaculada del año pasado mi hijo el mayor se fue a Roma y me trajo un calendario en el que cada mes tenía un cuadro de la Virgen de un pintor famoso. Pues bien, el mes de noviembre, mes de mi aniversario de boda, la lámina de la Virgen del calendario, que está al lado de mi ordenador, era la misma que como tabla envejecida, estuvo desde el principio en el cuarto de estar de mi casa de recién casada. Es una Anunciación de Fra Angélico. La Virgen lleva una túnica rosa y una capa azul y el ángel no sale. Como mi tabla, igualita. ¿Si esto no es un “guiño”?