14 julio, 2005

libertad, igualdad y fraternidad...

Mi abuela Rosa decía que las guerras se montan siempre en verano, quizá fuera porque nuestra guerra civil empezó un 18 de julio. El caso es que hoy es 14 de julio y yo me acuerdo de la Revolución Francesa. También puedo acordarme de que el 14 de julio del año pasado estaba con un montón de primos en el juzgado para desenredar la herencia de una tía. Otra guerra. Antes de ir al juzgado, tuve a bien oír misa en El Pilar ( el asunto se dirimía en Zaragoza) y tuve, como en otras ocasiones, una agradable augurio esta vez – en otras confirmación – al escuchar el versículo del salmo que repiten los fieles y que varía, como es lógico de un día para otro. En esta ocasión decía :

El justo tendrá su derecho y un porvenir los rectos de corazón

Pero volvamos al asunto que ha dado pie a estas líneas. Porque sobre la libertad, tan traida y llevada quisiera transcribir algo que dijo el Papa Juan Pablo II, de felicísima memoria. Después de todo, y amén de otras prerrogativas, él había experimentado en carne propia la falta de ella en su patria con la invasión nazi de Polonia primero y con la comunista después. Dice así “ Con la caída de los sistemas totalitarios, las sociedades se sintieron libres, pero casi simultáneamente surgió un problema de fondo: el uso de la libertad. Problema que no tiene solo una dimensión individual sino también colectiva. Si soy libre significa que puedo usar bien o mal de mi propia libertad. Si la uso bien yo mismo me hago bueno, y el bien que realizo influye positivamente en quien me rodea. Si por el contrario la uso mal, la consecuencia será la propagación del mal en mí y en mi entorno. El peligro de la situación actual consiste en que en el uso de la libertad, se pretende prescindir de la dimensión ética, de la consideración del bien y del mal moral. Ciertos modos de entender la libertad, que hoy tienen gran eco en la opinión pública, distraen la atención del hombre sobre su responsabilidad ética. Hoy se hace hincapié únicamente en la libertad (…) ser libre sin frenos ni ataduras, obrando según los propios juicios, que en realidad, son frecuntemente simples caprichos. Ciertamente una tal forma de liberalismo merece el calificativo de simplista. Pero en cualquier caso su influjo es potencialmente devastador” (Memoria e Identidad)