13 julio, 2005

Desprenderse de un libro

Cuesta a veces devolver a la Biblioteca, en este caso la de “María Lázaro”, el libro con el que tan buenos ratos hemos pasado. En este caso he renovado el plazo para devolver dos: “Dios y el mundo”, la magna entrevista con el entonces cardenal Ratzinger, del que ya hablé aquí y “Yo, Ignacio de Loyola” de Jose Luis Martín Vigil (editado por Planeta) con el que lo paso increíblemente bien. D Jose Luis Martín Vigil recuerdo que ya disfruté lo mío a los dieciséis años: “La vida sale al encuentro”. Libro que leímos muchas mujeres de mi generación. En vista de la Biblioteca la cierran en verano, tengo tiempo sobrado para tomar cuantas notas pueda desear de ambos.
Otros libros una los devuelve sin problemas pero, eso sí sin renunciar a tomar alguna nota que acreciente el “fichero”, que mira por dónde rima con joyero. Tomar notas de los libros es tomárselos en serio. Mi suegro, hombre al que conocí cuando tenía ya los ochenta y al que cuando jubilaron le dieron la alegría de su vida porque pudo dedicarse, “full time”, a “sus papelitos”, las tomaba, a plumilla, con una preciosa letra minúscula, en unos pequeños rectángulos de papel que amarillecidos por el tiempo podrían formar, en buenas manos un hermoso “collage”, porque es casi imposible ver la escritura y no por la tinta sino por la pequeñez.
De uno de estos libros de los que una se desprende sin pena, he tomado esta

“ Lo confieso, yo no he vivido y no vivo la falta de fe con la desesperación de Guerriero, de un Prezzolini…Sin embargo, siempre la he sentido y la siento como una profunda injusticia que priva a mi vida, ahora que ha llegado el momento de rendir cuentas, de cualquier sentido. Si mi destino es cerrar los ojos sin haber sabido de dónde vengo, a dónde voy y que he venido a hacer aquí, más me valía no haberlos abierto nunca.” (Indro Montanelli, “En que creen los que no creen?”

Ya decía mi suegro, que no hay libro tan malo que no tenga algo de bueno.