17 junio, 2005

Maribel

Su abuela Martina le había dicho: “Maribel, tu siempre serena. Serena como un lago”. Cuando me lo contó, miré sus grandes ojos azules, que a sus setenta y tantos años siguen espléndidos. Maribel ha tenido ocho hijos y espera el nieto número veintiocho. A su marido, ingeniero de minas se lo llevó hace años el tren en un paso a nivel y la mayor de sus hijas, Mabel, está ya en el cielo. Murió de una embolia, a los 43 años llevándose consigo a Álvaro del que estaba embarazada de seis meses. En su entierro, se vio a lo lejos pasar un tren. Alguien lo relacionó con un guiño de su padre: Mabel se había ido con él y sus otros cinco hijos quedaron un poco a cargo de su abuela. Maribel se ríe siempre. A tiempo y a destiempo. Pero es gaditana y lo tiene a gala. “Los andaluces ¿sabes? somos muy alegres. Mi marido en cambio era castellano: muy recto, muy bueno. Pero tan serio…El susto que me llevé cuando conocí a su familia… todos tan circunspectos…Maribel: repórtate, me decía el pobre Aquilino cuando me veía en algún festejo algo lanzada”. Además, Maribel tiene muy claro el Eclesiastés: la tristeza es mala, aliada del diablo. Hasta vino un día a la cafetería con la Biblia en la mano para leernos el párrafo. Maribel, experta en humanidad tras la lidia con sus siete yernos, domina la cocina, se encuentra en su salsa al volante, le entusiasma “el Madrid” y no le hace ascos a una cervecita de vez en cuando. A los cincuenta dejo de golpe el tabaco y luego superó una leucemia. Iba a estudiar para Asistente Social, pero entonces conoció a Aquilino y se dijo: “para que voy a estudiar, si me voy a casar con éste”. Y así fue.